Homo Ritualis

Y así llega diciembre, arrasando con nosotros como un tren sin frenos. Es ese mes en el que el calendario parece conspirar para que todos los eventos sociales se acumulen y terminemos corriendo como si la vida dependiera de llegar a tiempo al brindis. Pero a pesar de la vorágine, diciembre también es un momento de rituales, reflexiones profundas y balances existenciales que, a menudo, se hacen con un vaso de champagne en la mano.

 

Navidades en ojotas y fin de años

Habiendo nacido en el hemisferio sur, para mí las navidades siempre fueron cenas calurosas al aire libre, con ventiladores al máximo y mosquitos como invitados no deseados. Desde hace muchos años vivo lejos de mi Córdoba natal, así que estas fechas también significan volver a las raíces, celebrar con los más cercanos y reencontrarme con amigos que también han emigrado. A veces, esos reencuentros traen una mezcla de nostalgia y risas que hace que todo valga la pena.

Después de cumplir con el “tour social” de cenas, regalos y vuelos (este año uno particularmente largo para llegar a mi tierra querida), llega el limbo entre Navidad y Año Nuevo. Para mí, esos días son como un oasis: siestas interminables, juntadas en piletas, escapadas al río y conversaciones de calidad con amigos de siempre. Éste es el momento donde realmente puedo respirar, dejar de correr y reflexionar.

En este limbo me encuentro escribiendo, y lo primero que pienso es en la Navidad. Después de pasar un par de navidades en Europa, rodeada de nieve y chimeneas, entendí de dónde venía toda la parafernalia navideña que en mi tierra parece tan fuera de lugar, aunque aceptada sin chistar. Reflexioné sobre dos cosas: la influencia de las hegemonías del norte y nuestra necesidad humana de ritos de pasaje.

 

La influencia de “los de arriba”

Primero, la influencia de costumbres extranjeras. Admitámoslo: un disfraz de Papá Noel con 30 grados no tiene sentido. Sin embargo, replicamos estas tradiciones sin cuestionar mucho. En este sincretismo cultural, adoptamos costumbres de otras latitudes sin detenernos a pensar cuál es su verdadero significado para nosotros. Y así, terminamos celebrando con pinos nevados en verano y tíos disfrazados de Santa Claus que sudan bajo las barbas postizas.

Esta absorción acrítica de tradiciones del hemisferio norte tiene raíces profundas. Un ejemplo más reciente en Argentina es Halloween, el cuál hoy se celebra ampliamente. Esta fiesta, originalmente un rito celta conocido como Samhain, marcaba el fin de la cosecha y la transición al invierno, un momento en el que el velo entre los vivos y los muertos era más delgado. Con el tiempo, fue absorbida por las tradiciones cristianas como la víspera de Todos los Santos, y finalmente exportada como una celebración pop llena de disfraces y calabazas talladas. Ahora, incluso en lugares donde no se celebra el Día de los Muertos, los niños van de puerta en puerta pidiendo dulces en un claro ejemplo de cómo las hegemonías culturales moldean las tradiciones locales.

Del mismo modo, festividades como la Navidad han sido reconfiguradas para adaptarse a intereses comerciales y sociales globales. Pensemos en cómo los grandes almacenes y campañas publicitarias han tomado elementos de estas fiestas, desde villancicos hasta decoraciones, para construir una narrativa que poco tiene que ver con los significados originales. La influencia de “los de arriba”—ya sean imperios culturales, comerciales o políticos—no solo estandariza las tradiciones, sino que también las vacía de parte de su riqueza simbólica original, dejando capas de historia que, si las analizamos, nos cuentan más sobre quiénes somos que sobre quiénes fuimos.

 

Campaña de Coca Cola para Navidad (1937). Fuente: https://www.campaignlive.co.uk

 

La Navidad: entre lo pagano, lo sagrado y lo comercial

La Navidad es un evento cargado de simbolismo. Para algunos es el nacimiento de Cristo; para otros, es la excusa perfecta para entregarse al consumo desmedido, con Santa Claus como el máximo exponente de una de las campañas de marketing más exitosas de la historia. Y aunque el origen de esta fecha está envuelto en más teorías que un foro de conspiración en Reddit, lo que queda claro es que la mezcla de paganismo y cristianismo moldeó la celebración tal como la conocemos hoy.

Entonces, por un lado, tenemos el nacimiento de Cristo. Pero, corriendo el riesgo de ser irrespetuosos, aceptemos que no hay evidencia histórica de la fecha exacta de ese evento. De hecho, en algunas tradiciones aún se celebra el 6 de enero. Lo que más se cree es que la Iglesia se apropió de fiestas paganas como estrategia para sumar más fieles. Si no puedes destruir sus celebraciones, hazlas propias. Los romanos, por ejemplo, festejaban la Saturnalia cuando el sol entraba en la constelación de Capricornio, entre el 17 y el 23 de diciembre. Esto coincidía con el solsticio de invierno en el hemisferio norte, el momento más oscuro del año, cuando las horas de sol comienzan a alargarse. Este período de muerte y renacimiento del sol era conocido como “Natalis Invictus,” el nacimiento del Sol Invicto.

Sin embargo, algunas teorías sugieren lo contrario: que la celebración cristiana del 25 de diciembre precedió a las paganas. Según esta hipótesis, los primeros cristianos daban más peso a las fechas de muerte que de nacimiento. Por esa razón, calcularon la fecha del nacimiento de Cristo a partir de su muerte, que situaban entre el 25 de marzo y el 6 de abril y la sobre la cuál parecía haber más certeza. Sumando nueve meses, llegamos a diciembre. Esto va aparejado a una teoría muy difundida en esa época, que creía que los grandes eventos se producían en el mismo mes. Por lo que para ellos tenía sentido que la muerte y la concepción hubieran sucedido en las mismas fechas. 

Sumemos a esto la llegada de Santa Claus, ese simpático bonachón que pasó de ser un obispo caritativo a un embajador de Coca-Cola. Porque, claro, ¿qué es la Navidad sin un poquito de capitalismo salvaje? Hoy, los pinos decorados y los regalos envueltos se han convertido en los verdaderos protagonistas, dejando atrás gran parte del simbolismo original.

Lo interesante es cómo estas capas de historia, como las de templos físicos como el Panteón en Roma o Santa Sofía en Estambul, son testigos intangibles del paso de los credos y hoy se entretejen en una narrativa que combina lo sagrado, lo pagano y lo comercial.

 

Nuestra naturaleza ritual

Esto me lleva a reflexionar sobre algo más profundo. Los carnavales paganos y las Pascuas cristianas están relacionados y, curiosamente, ambos se establecen según el calendario lunar. Muchas mitologías antiguas celebraban a sus dioses solares el 25 de diciembre, incluyendo algunas divinidades precolombinas. Estas coincidencias son demasiadas como para ignorarlas; parecen apuntar a un origen común: la naturaleza y sus ciclos, tan esenciales para la vida en el planeta.

La Navidad, en este sentido, no es solo una festividad, sino un eco de nuestra conexión con los ritmos de la Tierra. Es un recordatorio de que somos parte de ella, regidos por sus ciclos, aunque a menudo lo olvidemos. Estos ciclos nos afectan más de lo que creemos, marcando no solo la agricultura o el clima, sino también nuestras emociones, celebraciones y tradiciones.

Este vínculo con la naturaleza pone de manifiesto aspectos esenciales de nuestra humanidad. Primero, nuestra relación con los ciclos naturales y cómo tratamos de entenderlos. Segundo, nuestra necesidad de historias. Las historias nos nutren; explican el mundo, dan sentido a nuestra existencia y nos conectan con los demás.

Y luego están los rituales, esos actos simbólicos que acompañan a las historias. Los repetimos para marcar transiciones, reafirmar valores o simplemente darle un poco de orden al caos de la vida. Incluso quienes se consideran puramente racionales pueden sorprenderse al observar la cantidad de rituales mágicos que celebran sin darse cuenta. Por ejemplo, apagar las velas de un pastel de cumpleaños mientras se pide un deseo es un acto mágico; cruzar los dedos por buena suerte también lo es. El arreglarnos para Navidad, Año Nuevo, ir a la iglesia o para cualquier celebración, en cierta manera transforma nuestras ropas en vestimenta ritual. Brindar el 31 de diciembre esperando que el próximo ciclo sea próspero o llevar amuletos para atraer fortuna son rituales tan comunes que su dimensión mágica pasa desapercibida.

En cierta manera, todos cedemos ante la necesidad de creer en algo más grande. Me sigue sorprendiendo leer escritos de filósofos que intentan explicar el mundo de la manera más lógica posible, según los estándares de nuestra sociedad, solo para rendirse finalmente a los pies de un dios o una religión. Aceptémoslo: vivimos rodeados de magia, aunque a veces prefiramos llamarla ciencia o tradición.

Incluso el milagro de la vida es profundamente mágico y, hasta el momento, en gran parte inexplicable. Creer en un dios que no vemos, en un maestro que nace de una virgen y resucita entre los muertos, o en conceptos abstractos como el alma, no es muy diferente a creer en la magia. Y no digo esto para restarle realidad; para quienes profesan estas creencias, son tan reales como cualquier otra verdad. Lo mismo sucede con los seguidores de otras corrientes o cultos.

Lo que quisiera es que dejemos de lado la hipocresía y la intolerancia, que bajemos la guardia y nos rindamos a la magia que nos rodea, esa que es mucho más vasta de lo que nos atrevemos a aceptar. Y que no se limita solo a la Navidad. Descubramos que los ritos son inherentes al ser humano; nos dan sentido, nos conectan, y los llevamos a cabo mucho más de lo que somos conscientes.

La Navidad, como cualquier rito, significa algo diferente para cada quien. Para algunos, es un momento de recogimiento; para otros, de reencuentros; para otros más, de ventas y consumismo. Incluso puede ser una época difícil, llena de soledad, ausencias, expectativas frustradas o tensiones financieras debido a los gastos que la acompañan. Al final, el significado de la Navidad es personal y único para cada uno. Lo que es seguro es que, consciente o inconscientemente, todos participamos en algún tipo de rito.

Quizás esta sea la verdadera magia de la Navidad: su capacidad para recordarnos que somos criaturas rituales, guiadas por historias y por la necesidad de trascender lo cotidiano.

 

Mi Ritual de pasaje al 2025

Para mí, estas fechas son un momento especial para recargar la energía afectiva y despedir el año que se va, con todo lo bueno y lo malo que trajo consigo. En este limbo entre fiestas, me gusta reflexionar, dejar ir y proyectar hacia adelante.

Es también un rito de pasaje: una oportunidad para cerrar un ciclo de 12 meses lleno de miedos, sueños, expectativas y deseos, y abrirme al inicio de otro. El 1 de enero, probablemente, todo seguirá igual a mi alrededor. Pero mi anhelo es que algo dentro de mí cambie. Quiero sentir que hice un “reset” y que tengo por delante una tábula rasa, una nueva página en blanco para escribir la historia que quiero vivir durante este nuevo ciclo.

Sin expectativas excesivas, pero con mucha intención y compromiso, me propongo enfrentar el 2025 sabiendo que habrá cosas fuera de mi control. Pero decreto tener la fuerza y la responsabilidad de decidir cómo quiero sobrellevarlas. Es una invitación a aceptar, una vez más, ser parte de este juego llamado Vida: repartir las cartas de nuevo y elegir cómo quiero jugarlas.

Si también querés unirte a este ritual, he preparado unas hojitas descargables para despedir el 2024 e intencionar tu 2025. Te sugiero que, cuando termines de completar la hoja para cerrar el año, la quemes como símbolo de despedida. Y guarda la del 2025 como una hoja de ruta para este nuevo ciclo. Así, juntos, podemos darle un poquito más de sentido a este nuevo ciclo que comienza.

Feliz Año Nuevo. Que la magia, en cualquiera de sus formas, nos siga rodeando. Chin chin!

 

La magia existe!

 

*Fuente de foto de portada: coca-cola.com

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About Popita de Creta

Hola! Soy Flor. Diseñadora, amante de los colores, exploradora incansable, eterna estudiante, aprendiz de astróloga y aspirante a escritora. Podría seguir sumando etiquetas, pero... Acaso no terminan limitándonos? Al final, simplemente somos. Y eso, creo, es lo que realmente importa.

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2 thoughts on “Homo Ritualis

  1. Flavia Viera dice:

    Popita DECRETA ✨

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