Muerte, Fe, y un Viaje a las Estrellas

 

"Estás jugando a un videojuego; avanzas, recogiendo poderes y armas, enfrentándote a desafíos cada vez más difíciles. Al final, llegas a la gran batalla después de la cuál pasas al siguiente nivel, un mundo desconocido que promete nuevos retos y misterios."

Esta semana, el papá de un amigo muy querido partió de este plano, y eso me dejó reflexionando sobre la muerte y el después.

 

La muerte: crecer significa aprender a soltar

Mi primera entrada en esta bitácora hablaba de llegar a los 40 años y cómo eso se siente a nivel personal y social. Pero hay otro aspecto al cumplir años, uno que va más allá de mirarse el propio ombligo: crecer implica que los demás también crecen. Y de repente, llegamos a esa etapa en la que la muerte de los padres ya no es algo prematuro, y se convierte en una posibilidad cercana. Las noticias llegan con más frecuencia: el papá de un amigo, la mamá de otro. Muchas veces, esas personas fueron como segundos papás para nosotros. El duelo se convierte en un tema recurrente en las conversaciones.

Pero también aparece algo más inquietante, esa sensación de que las balas pasan muy cerca. La muerte nos confronta con el hecho de que nuestras vidas y escenarios donde habitábamos cómodos no son permanentes; nuestras configuraciones familiares y emocionales cambiarán tarde o temprano.

Al final, hay dos cosas fundamentales sobre la muerte. Primero, que es la única certeza que tenemos en esta vida: todos vamos a morir, sea lo que sea que eso signifique. Y segundo, que no tenemos idea de lo que hay después. No sabemos qué nos espera tras pasar ese umbral, más allá de las explicaciones o esperanzas que nos ofrecen las distintas fes. Tal vez, como en un videojuego, la muerte es solo un paso hacia otro nivel, uno que no comprendemos y que está más allá de nuestros mapas mentales.

 

"Te das cuenta que todos los que conocen morirán algún día?" - Letra de "Do you realize??" de The Flaming Lips

 

Te juro que te vas a morir

Algo que nunca me entró en la cabeza es por qué sufrimos tanto cuando alguien muere. Si lo único que me podemos jurar con total seguridad es que todos vamos a morir. Entonces, ¿cómo es posible que esta certeza nos cause tanto dolor? Entramos a esta función sabiendo el final, más allá del desenlace central. Vivimos sabiendo que morir es intrínseco a nacer, y sin embargo, el miedo y el duelo son inevitables. 

Esto me lleva a reflexionar: ¿qué nos duele cuando alguien muere? Con alguien cercano, con quien compartimos la vida cotidiana, es fácil identificar el dolor porque lo echamos de menos. Pero cuando uno vive lejos de sus seres queridos, como es mi caso, las personas que se fueron de este plano y que en vida no teníamos contacto periódico,  es como si aún estuvieran ahí. Nos damos cuenta que no están más físicamente cuando queremos compartir algo con ellos y nos inunda el dolor de saber que ya no podemos. 

Quizás el problema no es la muerte en sí, sino nuestro apego a lo conocido. Nos enfrentamos a la pérdida no solo de la persona, sino de todo lo que simbolizaba: momentos compartidos, planes futuros, su risa o su simple presencia.

El dolor que sentimos cuando alguien muere no es único. Puede ser una tristeza como una sombra persistente, o una punzada aguda que nos toma por sorpresa al recordar una risa o un olor familiar, y nos hacer extrañar con locura. A veces, es un vacío silencioso que no logramos llenar. Es un tipo de sufrimiento que se manifiesta en diferentes formas, pero al final está profundamente ligado al apego.

 

Memento Mori: Recuerda que morirás

 

El apego y el sufrimiento: lecciones del budismo

El budismo enseña que el sufrimiento proviene del apego: el deseo de que las cosas permanezcan tal como están, aunque el cambio sea inevitable. Nos aferramos a las personas, a las experiencias, a los recuerdos, porque queremos que sean permanentes en un mundo donde nada lo es.

Pero hay una diferencia entre el dolor y el sufrimiento. El dolor es natural, humano, inevitable. El sufrimiento, en cambio, pareciera ser opcional: una lucha interna contra lo que no podemos cambiar. ¿Hay una parte nuestra que se apega a ese dolor porque sentimos que soltarlo significaría soltar a la persona que amamos?

Entonces, ¿cómo liberarnos del sufrimiento sin perder el amor por los que parten? Pareciera que la lección es que hay una verdad ineludible: la muerte nos confronta con la impermanencia de todo. Quizá la respuesta está en aceptar esta impermanencia como parte del amor mismo. Reconocer que lo que compartimos con quienes queremos no se pierde, aunque el tiempo con ellos sea limitado en este capítulo. Porque, al final, lo que importa no es cuánto tiempo estuvieron en nuestras vidas, sino que estuvieron. Y yendo aún más allá… ¿Y si aún están, en otro plano, y aún no hemos ganado los “poderes” para ver esos otros niveles?

 

Frase Budista

 

La vida es un entramado de confianza

Vivimos en la paradoja de que lo único que sabemos con certeza –que vamos a morir– no tenemos idea fidedigna de qué se trata. A esto se suma nuestra fragilidad. Podemos desaparecer en cualquier momento, de las formas más absurdas e inesperadas. Un error, un instante de fatalidad, y ya fuimos eliminados de la faz de la Tierra. Cada vez que pienso en esto, me siento como una pequeña hormiga, vulnerable y ajena a las fatalidades que podrían aplastarme en cualquier momento.

Y acá llegamos a otro punto clave: para vivir necesitamos confiar. Confiamos en que el chofer del bus que nos transporta hará bien su trabajo; que el conductor que viene de frente no está distraído o alcoholizado. Confiamos en que el piloto del avión donde viajamos no es un kamikaze (como en el inicio del film Relatos Salvajes) y en que la aerolínea hizo bien su parte. Confiamos en que el médico sabe lo que hace al operarnos y en que nuestra pareja no nos clavará un cuchillo en mitad de la noche. Incluso confiamos en que el sol saldrá mañana, y en que el mundo no colapsará mientras dormimos. En fin, confiar es condición sine qua non para la vida.

La vida es un entramado de confianza. Y en su forma más elevada, esa confianza se llama fe. La fe es creer sin pruebas, sin lógica, sin explicaciones. Si alguna vez la sintieron, saben que es una certeza interior que te llena de paz. Dichosos quienes la tienen, porque navegan por la vida con más calma, incluso cuando el mar está agitado.

 

"Y tu corres y corres para alcanzar el sol, pero se está hundiendo, corriendo para volver a salir atrás tuyo nuevamente. El sol es el mismo en un modo relativo, pero tu eres más viejo, más corto de aliento y un día más cerca de la muerte" - Letra de "Time" de Pink Floyd

 

La fe todo lo puede… pero no resucita muertos. ¿O sí?

Bueno, ok. Para los credos seguidores de Jesús, Él resucitó al tercer día de morir. Pero al resto de los mortales se nos promete la resurrección de la carne y vida eterna... aunque ya no en la Tierra. Tampoco al tercer día, ni a la semana, ni en 10 años.

Algunas creencias nos aseguran que volveremos a este mundo, encarnados en otros cuerpos y contextos. Debo admitir que esta opción siempre me resultó más atractiva. Pero, claro, también me angustia la idea de olvidar a quienes amé en esta existencia. ¿De qué sirve regresar si todo lo que una vez fue importante se diluye? ¿Qué somos, entonces? ¿Solo otra existencia más, un ciclo interminable de olvido y reinicio?

Otros incluso se atreven a afirmar que quizás reencarnaremos en un animal, una planta, o un mineral. 

Hay quienes sostienen que volvemos a la “fuente universal” y nos disolvemos en el todo, como una gota de agua que regresa al océano. Poético, sí, pero tanta despersonalización también se puede sentir un poco inquietante.

No nos olvidemos de los más escépticos, que dicen no creer en nada. Pero si lo pensamos bien, creer que no hay nada es, en sí mismo, una creencia. Y aquí es donde me pierdo: ¿qué significa exactamente “nada”? ¿Cómo puede haber un “no ser”? Admito que esta idea supera mis sinapsis. ¿A alguien más le pasa?

Y así podemos seguir enumerando. El catálogo de creencias sobre la muerte es interminable. Pero si somos honestos, debemos reconocer que no tenemos ni idea sobre qué es la muerte. Y, de algún modo, la amplia oferta de opciones confirma más nuestra ignorancia. Y la realidad es que la única manera certera que tenemos de sobrevivir a la muerte, es en los corazones y recuerdos de quienes nos amaron. 

Por lo general, vemos la muerte como un fin. Y los finales siempre nos asustan, incluso cuando sabemos que son inevitables. Por eso necesitamos fe, o al menos alguna creencia, para enfrentar nuestra finitud terrestre y las incertidumbres que acompañan el vivir. 

 

Frase de Isabel Allende

 

La fe, esa optimista…

Siempre me llamó la atención el relato bíblico del sacrificio de Abraham (Génesis 22:6-14). Dios le pide que sacrifique a su hijo Isaac. Abraham obedece, lo lleva al monte, y justo antes de hacerlo, un ángel le dice que no lo haga. Era una prueba, y en lugar de su hijo, un cordero aparece para ser sacrificado. Siempre fui muy crítica de la iglesia católica y todo su combustible de sacrificio, en cierta manera en nada distinto a los rituales paganos. Pero este relato en particular, siempre me pareció extremadamente cruel. ¿Qué clase de Dios pediría algo tan desgarrador solo para luego decir: “¡Ja, te la creíste! Era una prueba!”?

Pero con el tiempo entendí el concepto subyacente: la fe. ¿Es tu fe tan fuerte como para aceptar ciegamente las circunstancias, incluso cuando parecen injustas o crueles? La fe, en su esencia más pura, no se basa en la lógica ni en la evidencia. Es un acto de confianza absoluta en que las circunstancias, por más inexplicables o injustas que parezcan, tienen un propósito, una razón de ser. Y más aún, la fe es la llave que nos permite aceptar ese propósito, incluso cuando no lo comprendemos. No se trata de una resignación pasiva, sino de una aceptación activa y llena de esperanza. Es como caminar en la oscuridad con la certeza de que, en algún momento, la luz aparecerá. Como dicen, la fe es ciega. Y quizás esa sea su mayor fortaleza, porque mientras la lógica busca certezas, la fe nos da la valentía de avanzar aun cuando no las tengamos.

Tal vez por eso se dice que la fe mueve montañas. No porque literalmente las empuje, sino porque transforma nuestra perspectiva: donde otros ven obstáculos insuperables, quien tiene fe ve desafíos temporales, puertas hacia algo mejor.

La fe también nos enseña algo poderoso: que no necesitamos entender todo para seguir adelante. Nos invita a soltar el control y rendirse al misterio: a aceptar que algunas cosas están más allá de nuestra capacidad de comprender. Y al soltar, encontramos libertad. En lugar de ser prisioneros de nuestras dudas y miedos, somos capaces de abrirnos a la posibilidad de que, de alguna manera, todo encajará.

Es esa confianza la que nos permite enfrentarnos a la incertidumbre de la vida –y de la muerte– con optimismo y esperanza. Porque al final, la fe no es una respuesta definitiva. Es una elección: la de creer que, aun en lo incierto, hay un camino que vale la pena recorrer.

 

Frase de Martin Luther King Jr.

 

El funeral es un carnaval

Una pregunta que me ronda constantemente es: ¿cómo hacemos para ver la muerte de otra manera? ¿Cómo hacemos para no condenarnos al dolor de lo inevitable?

En Bután, considerado uno de los países más felices del mundo, parecen haber encontrado una respuesta. El secreto pareciera ser que hablan de la muerte desde pequeños. No la esquivan, no la ven como un tabú, sino como una parte intrínseca de la vida. Incluso tienen la práctica de pensar en la muerte cinco veces al día. Al parecer, contemplar nuestra finitud no los llena de angustia, sino que les da una perspectiva más clara sobre cómo vivir.

Explorando otras culturas orientales, descubrí que muchas veces la muerte no solo se acepta, sino que se celebra. En lugares como Tailandia o Bali, los funerales son ceremonias coloridas, donde se honra al fallecido con música, danza y risas. Es un adiós alegre, un homenaje a su paso por esta existencia. Incluso en México, el Día de Muertos es una festividad que transforma el duelo en fiesta, con altares coloridos, comida, música y una conexión profunda con quienes ya partieron. 

Mientras tanto, en la mayoría de la cultura occidental, seguimos cargando con el mandato tácito del negro en los funerales, como si el luto solo pudiera expresarse con la ausencia de color. Y aunque cada vez más personas optan por el blanco o los colores vivos para despedir a un ser querido, la mirada reprobatoria de algún deudo conservador siempre acecha.

¿Será que algún día podremos festejar la muerte de un ser querido? No como una alegría por su partida, sino como una celebración de su paso por este mundo. ¿Será que podremos soltar nuestro apego y verlo con la certeza de la fe: como un tránsito, un cambio de nivel en este gran juego de la existencia?

Hoy, mi creencia –sujeta a parches y actualizaciones, como todo buen sistema operativo espiritual– es que esta vida es solo un nivel del juego que elegimos jugar. Cuando terminamos aquí, pasamos al siguiente nivel. Tal vez no tenemos los poderes para ver ese otro estrato todavía, pero ¿y si lo intentamos?

 

Frase de Confucio

 

Somos material estelar – Viaje a las estrellas

Hace algunos días, participé en una experiencia llamada Viaje a las estrellas en las sierras de Córdoba. Una noche inolvidable bajo el cielo abierto, con telescopios apuntando a las profundidades del cosmos. Fue ahí, en medio de esa inmensidad, donde tuve una revelación: estábamos observando nebulosas a millones de años luz de distancia, estructuras colosales que existían antes de que la Tierra misma fuera un pensamiento en el universo. Y entonces, me golpeó una pregunta: ¿qué realmente sabemos de este universo?

Somos apenas partículas en una vastedad cósmica. Sin embargo, a veces nos atrevemos a afirmar con arrogancia que no hay vida extraterrestre. Nos aferramos a la ciencia como si pudiera explicarlo todo, como si no estuviera también llena de lagunas. Otras veces nos animamos a decir que morimos realmente, que después no hay nada. Incluso –y con todo respeto por tu fe– asumimos que nuestra verdad es la verdad. Pero, ¿qué tan seguros podemos estar de algo cuando ni siquiera entendemos completamente de dónde venimos ni hacia dónde vamos?

Y sin embargo, sabemos que estamos hechos de material estelar. Podríamos decir entonces que somos polvo de estrellas. Todo lo que somos, cada átomo de nuestro cuerpo, proviene de estrellas que murieron hace miles de millones de años, liberando su material al universo. Y aquí estamos, una amalgama de carbono, oxígeno y otros elementos estelares, consciente de sí misma.

Si somos polvo de estrellas, entonces la muerte no puede ser un fin absoluto. No sé si las reglas del universo conocido se aplican también al resto del cosmos, pero suponiendo que si, la primera ley de la termodinámica nos dice que la energía no se crea ni se destruye, solo se transforma. Algo similar ocurre con la muerte: lo que somos no desaparece, simplemente cambia de forma. Nuestro cuerpo vuelve a la tierra, alimenta la vida. Pero nuestra energía, nuestra esencia… ¿a dónde va? ¿Se disuelve en el universo? ¿Se transforma en otro plano, en otra forma de ser? O quizá, simplemente, vive en los recuerdos de quienes nos amaron.

 

"Somos hijos de las estrellas, sin historia, sin edad, héroes de un sueño" - Letra de "Figli delle stelle" de Alan Sorrenti

 

Milagro cósmico

Esa noche, mirando al cielo, también pensé en la reencarnación. ¿Qué tal si lo que entendemos como espacio y tiempo son solo construcciones humanas, y nuestra consciencia es mucho más omnipresente de lo que pensamos? Venimos de las estrellas, entonces ¿podría ser que vivimos en muchos planos y universos a la vez? Que estemos encarnados en esta vida, mientras una parte nuestra sigue viaje en el universo recordando todas sus existencias y cargando las emociones de cada una de ellas? Todas hipótesis de difícil comprensión para nuestra mente –tan poderosa, pero tan limitada a la vez.

Si somos material estelar, entonces nuestras vidas son, en sí mismas, un milagro cósmico. ¿Por qué no vivirlas como tal? Aceptando que la belleza está en lo transitorio? Cuando llegue el momento de partir, espero que mis funerales estén llenos de cantos, anécdotas hermosas y vestidos de colores vivos o blanco, celebrando que, como las estrellas, brillamos un instante en este vasto universo antes de transformarnos en algo más.

 

"Y nadie nos puede detener ahora, porque todos estamos hechos de estrellas" - Letra de "We are all made of stars" de Moby

*Para hacer el Viaje a las Estrellas, pueden darle un vistazo a la cuenta de Instagram: @viajealasestrellasar

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About Popita de Creta

Hola! Soy Flor. Diseñadora, amante de los colores, exploradora incansable, eterna estudiante, aprendiz de astróloga y aspirante a escritora. Podría seguir sumando etiquetas, pero... Acaso no terminan limitándonos? Al final, simplemente somos. Y eso, creo, es lo que realmente importa.

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4 thoughts on “Muerte, Fe, y un Viaje a las Estrellas

  1. Marcos Muzi dice:

    Hola ahijada! Me dejaste impactado y pensativo. Te deseo mucha suerte en este nuevo camino que iniciaste. Te mando un besote muy grande

  2. Fabio Mevak dice:

    Hola Popita de Creta
    Hermoso seudónimo, con sonoras reminiscencias mitológicas
    Será un verdadero placer leer tus inquietos y estimulantes pensamientos.
    Bañados de tu habitual y particular autenticidad para tratar temas acerca de los cuales preferimos no reflexionar.
    Valiente para expresar tu punto de vista, respetando siempre las ideas de otros.
    Invitándonos a que nos atrevamos a navegar las profundidades de nuestras almas.
    Aquí estaré para acompañarnos en este bello camino que iniciaste.
    Felicitaciones!

    1. Qué lindo comentario! Gracias por este gran apoyo! 🙂

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